Cómo nos devasta psicológicamente el COVID, una y otra vez
Por mucho que nuestra fortaleza psicológica quiera protegernos, quiera luchar y quiera obviar a veces lo que nos está pasando, lo cierto es que nos está pasando, y a todos nos está afectando, a todos. Los más fuertes psicológicamente lo notarán menos pero no son inmunes a esta realidad que está maltratando y desestabilizando las bases del comportamiento y del aprendizaje emocional y conductual. La indefensión es el factor común a cualquier explicación sobre el aumento de problemas psicológicos y sobre el agravamiento de los psiquiátricos.
¿Una segunda ola? ¿Una tercera ola? ¿Hasta cuándo así? ¿Hasta cuándo sin poder ser nosotros y seguir con nuestras cosas? Es un hasta cuándo sin fecha, sin defensa concreta, sin estrategias efectivas ni de afrontamiento ni de protección. Estamos en una deriva que crea la mayor incertidumbre y, precisamente, lo que en muchas ocasiones nos da la estabilidad emocional es la seguridad y la sensación de control, por nuestra parte, de lo que nos rodea, aunque sea una “falsa” sensación de control, pero nosotros la sentimos como real. No estamos preparados para pandemias ni para confinamientos, somos seres sociales y libres y las prohibiciones nos crean reactancias en ocasiones pero, en otras, depresión y mucha mucha ansiedad. Somos seres que repetimos costumbres e incluso palabras que nos hacen sentir seguros y dominantes de nuestro yo. Ahora estamos descolocados, por obligación. Ahí fuera hay una amenaza a la que cada uno se enfrenta con un riesgo, real siempre, pero que cuando “lo vemos” lo gestionamos según preferimos, según nuestros registros mentales, responsables o menos responsables, que nos dictan lo que hacemos. Pero el miedo, aunque es libre, es REAL, y la amenaza aunque la queramos relativizar, es REAL.
Me canso de oír frases del tipo: “Es que la vida sigue” (sí, claro que sigue, ¡menos mal), “no nos vamos a recluir por esto”, “es que si estamos con miedo entonces no vivimos”... Y más, muchas más, que sólo sirven para justificarse a uno mismo de la no aceptación de que esto existe, de que quieren, con toda la razón, que esto no esté pasando. A quienes esta realidad les llega con todo su color, les hace sentir impotentes. Nadie, repito, queremos estar ahora viviendo esto. La indefensión se apodera de nosotros porque realmente NO PODEMOS HACER CASI NADA, SOLO ESPERAR, sin fecha a la vista... El miedo al contagio es un agravante. La manifestación es en forma de aumento de problemas de insomnio, fobias al contacto con otros, obsesiones y ritualizaciones sobre lo que nos rodea, rumiaciones mentales y aumento de somatizaciones en forma de síntomas físicos que muchas veces son solo debidos al aumento de percepción selectiva de sensaciones corporales normales.
El aumento de psicofármacos ha aumentado, el consumo de alcohol también y las visitas al psicólogo y al psiquiatra se han multiplicado... Ante esta situación, en la que todo lo sentimos muy, muy empeorado, real y subjetivamente, lo más importante es tener apoyos, amigos, familiares, desconocidos dispuestos a escuchar... y, por supuesto, los profesionales de la salud mental. Sentir que alguien te escucha y se preocupa por lo que te pasa es una parte importante de la mitigación del problema. Nunca desaparecer, el suicidio soluciona NADA, NUNCA. Todos estamos con cierto malestar, todos necesitamos un hombro y una mirada cómplice.
El estrés postraumático en los profesionales de la sanidad es un hecho ya real….Sentimientos de culpa, imágenes repetitivas de ahora cadáveres, pacientes tuyos, la falta de apoyo de organismos oficiales... Esto que nunca habíamos imaginado es la peor pesadilla REAL para mucho tiempo en las mentes sensibles de quienes ven y sufren esta pandemia, es la realidad cada vez más cruda e intensa de quienes están en el campo de batalla, la realidad de quienes ya no pueden reírse y abrazar a quienes quieren, así, de un día para otro... La ansiedad y la depresión nos anula, no podemos hacer frente a lo desconocido y, encima, es malo… La indefensión nos está haciendo flaquear a todos, con continuidad o a ratos, pero lo exterioricemos o no, lo queramos ver o lo obviemos, está ahí, y esta huella, este desgarro, a veces en lo más profundo, perdurará para siempre en nuestro recuerdo o en nuestra realidad, por desgracia. Sí, la fortaleza que debemos tener no debemos perderla de vista, pero la lagrimita interior de rabia se nos escapa con cierta frecuencia.
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