Cuando a Electra se le cruzan los cables, los padres acomplejados aparecen.
Tras ver este fin de semana la conocidísima obra de teatro de Molière «El enfermo imaginario», que trata de un neurótico profundo (acordándome de Freud), un hipocondriaco que decimos los psicólogos, que cree estar enfermo y pasa a depender de médicos y farmacéuticos de manera verdaderamente «enfermiza», valga el juego de palabras... pues eso, que esta obra me ha hecho ver no solamente el comportamiento humano en ese aspecto de la psicología del miedo a la enfermedad, sino que también representa el comportamiento de los otros, hijas, con respecto a las «necesidades» de éste, su padre.
Y volviendo de nuevo al psicoanálisis que yo no practico ni comparto, pero que tanto peso ha tenido y tiene aún en el desarrollo y la evolución de algunas corriente psicológicas, se esgrime la interpretación de la adoración de los hijos por los padres, hasta límites (sin límites, a veces) insospechados. De todos es conocido el complejo de Edipo, «inventado» por Sigmund Freud y que consiste básicamente en el enamoramiento del niño hacia su madre. Y digo «básicamente» porque el asunto es más complejo, pudiendo suceder justo lo contrario, pero de momento basta para entendernos.
Si no se supera a tiempo, y eso sucede normalmente en la adolescencia, puede tener repercusiones en el individuo (más en el varón), que puede quedar ligado emocionalmente a su mamá de forma que eso influya negativamente en sus relaciones con el sexo opuesto (Según Sigmund)
Menos conocido es el llamado «complejo de Electra», una propuesta del psicólogo y psiquiatra suizo Carl Jung a principios del siglo XX, y que consiste en la atracción de las niñas hacia sus papás. Lo mismo que pasa con el de Edipo, esta fase se supera por regla general una vez pasada la infancia pero, ¿y si no es así?
Aquí la hija del protagonista «electrita», dada su veneración por su progenitor, está dispuesta a incluso ser recluida en un convento con tal de darle gusto al autor de sus días, pero «menos mal» que aparece un médico, posible candidato a ser novio de la hija entregada a los deseos de su padre, que más que salvar a la hija de esa situación del convento, le servirá ese novio, al padre egoísta, para controlar su enfermedad (según Freud) y según la psicología para aumentar la falta de autoestima por la frustración de no haber «sido nada». Quiere un yerno que le sirva, para lo que sea, en este caso para la enfermedad y en otros casos para suplir la carencia de lo que uno quiso ser y no pudo. Así sucede que la hija complaciente y también necesitada de reconocimiento y refuerzo por la parte dominante de sus dos padres, intenta complacer al padre para a ver si así ya obtiene el reconocimiento tan deseado sin plantearse que ese «enamoramiento» es un falso sentimiento. En este caso, en la obra de teatro la cosa acaba bien, (que el padre se resuelva), pero en la realidad vemos muchíiisimas veces cómo el desarrollo emocional de personas muy inteligentes, independientes, y con mil virtudes para admirar se convierten en «esclavas» emocionales de las necesidades de sus padres. Por ejemplo, que sus relaciones de pareja se centren en «candidatos» que sean del agrado de su progenitor y no tanto de ella misma.
Es muy normal que estas jóvenes, o incluso mujeres hechas y derechas, busquen como compañeros a hombres mayores que ellas que, en el fondo, le recuerdan a su papá. Esto no es lo peor (sabido es que el amor no tiene edad) sino que justo este ingrediente (el amor) falte en esas relaciones y sea sustituido por algún sucedáneo, como la amistad, el compañerismo, la complicidad, etc. Se puede caer incluso en relaciones tóxicas en las que la pareja haya sido escogida en función de los gustos del progenitor y no tanto en los suyos propios, con lo cual con el paso del tiempo, aunque al principio intentes relativizar toda la mierdas que empieces a ver, te niegas a admitir el error de estar ahí,porque si tu padre es lo que desea, joroba, eso tiene que ser sí o sí, por favor!!!. Pero no ya por ser tu padre o tu madre,(en el caso de los chicos) sino porque no escaneas la opción de que tu padre se equivoca, eso es innegociable y tú, para agradarle y para obtener el refuerzo, de «aquí tienes lo que tanto querías y yo he sido capaz de conseguirlo...» haces y aguantas lo que sea, hasta que ya «el cuerpo inteligente emocional, habla» y menos mal que te dice: noooooooo por aquí no, éste ni esto no es lo que tú quieres, es evidente con tu malestar, sólo es lo que aprendiste como una posible opción ideal que deseaban otros importantes para tí. Es importante darse cuenta y ya se actuará. Esto ocurre también en hijas-hijos que vemos que se dedican a cuidar de sus padres, que renuncian a formar una familia, a enamorarse, a tener una pareja, lo vemos en quienes de forma impuesta también por la educación, el sentimiento de culpa y el egoísmo de algunos padres, permanecen como los eternos cuidadores impecables y enclaustrados física y emocionalmente, en los deseos de los padres. Y la vida se pasa, señores, y si Freud levantase la cabeza y todos los demás padres, hijos y genios de la psicología, gritarían al unísono: «sal corriendo, ahí no». Los padres antes que padres, son personas, con sus virtudes maravillosísimas y sus complejos implementados en los hijos para su consecución.
Nuestro ego no solo se nutre de nuestros logros subjetivos, también puede hacerlo a través de los demás, a través de quienes sabes que te veneran y que tu consciente o inconscientemente utilizas para resolver tus propias deficiencias y complejos.
Así vemos a las «Electritas» enredada en ese cableado permanente para cubrir las necesidades afectivas equivocadas de sus padres y no de las verdaderamente suyas.
Psicóloga clínica y sexóloga - 615224680
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